Pasamayo maldito, por Alfredo Bullard
“No encontrarán país desarrollado en el que los causantes de accidentes no paguen el costo razonable de los daños que ocasionan”.
“Lengua de asfalto, principiante corcovea, del rincón a la cubeta y surcando muerte va. El viento empuja, a la arena que carcome la pendiente multiforme asociada a Satanás.
Noche de niebla, donde solo los valientes de camión irreverente osarían a surcar. Un chofer irresponsable, ilegal sin uniforme y una curva traicionera se llevaron a mi flor”.
Hace unos días 52 personas murieron en un bus. No es novedad. La fama del serpentín de Pasamayo le mereció incluso una canción de los Nosequién y los Nosecuántos (“Pasamayo maldito”). Los primeros dos párrafos de este artículo recogen un fragmento de su letra.
El que esté en la música popular refleja que lo que vemos hoy en las noticias lo sabíamos desde siempre. Nos rasgamos las vestiduras como si recién descubriéramos lo que es obvio. Y más obvio aún: la muerte en las calles y carreteras peruanas merecería también su canción.
Entre 1980 y 1990 murieron más personas en accidentes de tránsito que como consecuencia del terrorismo. Algunos han planteado incluso que los excesos de Fujimori se justificaron para acabar con la lacra del terrorismo, pero habría que preguntarse qué se hizo para acabar con una lacra que mató a muchas más personas.
¿Y quién es el responsable? Los periódicos han hecho una larga lista: los choferes, las compañías de transporte, el concesionario de la carretera, el Ministerio de Transportes, la Policía Nacional, el Ositrán, la Sutrán y hasta el Indecopi.
Pero hay una institución que en todo esto ha pasado piola: el Poder Judicial. Nadie la menciona. ¿Qué tiene que hacer en el accidente?
Imagínese que usted contrata un lavaplatos en su restaurante. Se le paga por plato lavado. A más platos, más le paga. Sin embargo, cada vez que este rompe un plato no asume ningún costo. Como no paga los platos rotos, su incentivo será lavar más rápido (y descuidadamente), al margen del riesgo de cuántos platos rompe. Si recibe un beneficio y no asume un costo, se romperán demasiados platos.
Se genera lo que los economistas llaman una externalidad. Quien no asume el costo que genera no es cuidadoso en reducir ese costo. Se le llama así porque el agente externaliza (le traslada) el costo de su conducta a terceros. Son otros los que pagan los platos rotos.
La externalidad genera una distorsión. El costo privado de una actividad (lavar platos o tener un negocio de buses) se vuelve distinto al costo social. Los platos (o las vidas de los pasajeros) se pierden a manos del lavaplatos (o la empresa de transporte). Conclusión: romperá demasiados platos (o matará demasiadas personas). Para reducir este efecto, el lavaplatos (o la empresa de transporte) tendría que pagar por cada plato que rompe (o por cada persona que mata). Ello lo motiva a ser más cuidadoso.
Un accidente de tránsito es una externalidad. Si el propietario o conductor de un vehículo no paga el “precio real” de manejar mal o de revisar el vehículo, se desbarrancarán demasiados buses. Caen los incentivos de manejar con cuidado o de revisar las condiciones técnicas del vehículo.
La respuesta es hacer pagar a los propietarios y conductores el costo de las externalidades que producen. Es decir, internalizar la externalidad. ¿Quién es el llamado a hacerles pagar los platos que rompen? Usted ya sabe la respuesta: el Poder Judicial.
Por supuesto que sería mejor tener carreteras en óptimas condiciones y bien señalizadas y policías que hagan cumplir las normas de tránsito. Pero nada sustituye como incentivo el saber que se pagará el precio de los daños que se causen. No encontrarán país desarrollado en el que los causantes de accidentes no paguen el costo razonable de los daños que ocasionan.
En el Perú las indemnizaciones por muerte o lesiones ordenadas por el Poder Judicial son ridículas y se obtienen luego de años de litigar. El resultado es que las víctimas no litigan y se conforman con pagos ridículos. Nadie quiere seguir un proceso judicial en el que la planchada sale más cara que la camisa y en el que la tinterillada y la parsimonia e insensibilidad judicial consumen su dinero a la vez que pisotean su dignidad. El resultado: la externalidad nunca se internaliza. Y así mueren más personas. Y no solo en Pasamayo maldito, sino en todo el Perú.
Créditos/elcomercio.pe
“No encontrarán país desarrollado en el que los causantes de accidentes no paguen el costo razonable de los daños que ocasionan”.
¿Maldito Pasamayo?
“Lengua de asfalto, principiante corcovea, del rincón a la cubeta y surcando muerte va. El viento empuja, a la arena que carcome la pendiente multiforme asociada a Satanás.
Noche de niebla, donde solo los valientes de camión irreverente osarían a surcar. Un chofer irresponsable, ilegal sin uniforme y una curva traicionera se llevaron a mi flor”.
Hace unos días 52 personas murieron en un bus. No es novedad. La fama del serpentín de Pasamayo le mereció incluso una canción de los Nosequién y los Nosecuántos (“Pasamayo maldito”). Los primeros dos párrafos de este artículo recogen un fragmento de su letra.
El que esté en la música popular refleja que lo que vemos hoy en las noticias lo sabíamos desde siempre. Nos rasgamos las vestiduras como si recién descubriéramos lo que es obvio. Y más obvio aún: la muerte en las calles y carreteras peruanas merecería también su canción.
Entre 1980 y 1990 murieron más personas en accidentes de tránsito que como consecuencia del terrorismo. Algunos han planteado incluso que los excesos de Fujimori se justificaron para acabar con la lacra del terrorismo, pero habría que preguntarse qué se hizo para acabar con una lacra que mató a muchas más personas.
¿Y quién es el responsable? Los periódicos han hecho una larga lista: los choferes, las compañías de transporte, el concesionario de la carretera, el Ministerio de Transportes, la Policía Nacional, el Ositrán, la Sutrán y hasta el Indecopi.
Pero hay una institución que en todo esto ha pasado piola: el Poder Judicial. Nadie la menciona. ¿Qué tiene que hacer en el accidente?
Imagínese que usted contrata un lavaplatos en su restaurante. Se le paga por plato lavado. A más platos, más le paga. Sin embargo, cada vez que este rompe un plato no asume ningún costo. Como no paga los platos rotos, su incentivo será lavar más rápido (y descuidadamente), al margen del riesgo de cuántos platos rompe. Si recibe un beneficio y no asume un costo, se romperán demasiados platos.
Se genera lo que los economistas llaman una externalidad. Quien no asume el costo que genera no es cuidadoso en reducir ese costo. Se le llama así porque el agente externaliza (le traslada) el costo de su conducta a terceros. Son otros los que pagan los platos rotos.
La externalidad genera una distorsión. El costo privado de una actividad (lavar platos o tener un negocio de buses) se vuelve distinto al costo social. Los platos (o las vidas de los pasajeros) se pierden a manos del lavaplatos (o la empresa de transporte). Conclusión: romperá demasiados platos (o matará demasiadas personas). Para reducir este efecto, el lavaplatos (o la empresa de transporte) tendría que pagar por cada plato que rompe (o por cada persona que mata). Ello lo motiva a ser más cuidadoso.
Un accidente de tránsito es una externalidad. Si el propietario o conductor de un vehículo no paga el “precio real” de manejar mal o de revisar el vehículo, se desbarrancarán demasiados buses. Caen los incentivos de manejar con cuidado o de revisar las condiciones técnicas del vehículo.
La respuesta es hacer pagar a los propietarios y conductores el costo de las externalidades que producen. Es decir, internalizar la externalidad. ¿Quién es el llamado a hacerles pagar los platos que rompen? Usted ya sabe la respuesta: el Poder Judicial.
Por supuesto que sería mejor tener carreteras en óptimas condiciones y bien señalizadas y policías que hagan cumplir las normas de tránsito. Pero nada sustituye como incentivo el saber que se pagará el precio de los daños que se causen. No encontrarán país desarrollado en el que los causantes de accidentes no paguen el costo razonable de los daños que ocasionan.
En el Perú las indemnizaciones por muerte o lesiones ordenadas por el Poder Judicial son ridículas y se obtienen luego de años de litigar. El resultado es que las víctimas no litigan y se conforman con pagos ridículos. Nadie quiere seguir un proceso judicial en el que la planchada sale más cara que la camisa y en el que la tinterillada y la parsimonia e insensibilidad judicial consumen su dinero a la vez que pisotean su dignidad. El resultado: la externalidad nunca se internaliza. Y así mueren más personas. Y no solo en Pasamayo maldito, sino en todo el Perú.
Créditos/elcomercio.pe
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